El Viento.
El vendaval de lluvia y la tempestad furiosa oradaban los peñascos de la costa y erosionaban las altas torres de la ciudad. Los vientos eran patéticos, especialmente si se escuchaban desde las altas cumbres. Parecían rugidos nacidos en el cosmos. Saqueaban todo en su despiadado paso, dejando una estela de vacío en su camino de muerte.
Yo temblaba de miedo detrás del vidrio mojado de una ventana que miraba al cielo del invierno. Perpleja me encontraba, como si fuera una ostra seca sin el mar que la nutriera.
¿Por qué hablan del viento sin tenerle miedo? ¿Acaso no saben que el viento es poderoso? ¿Alguna vez alguien de ustedes sobrevivió a un mega huracán?...
Una vez, volábamos por el cielo en un avión, cuando tuvimos que atravezar un fuerte huracán. Recuerdo que el piloto fue uno de los héroes más distinguidos de mi vida. Fue él que salvó a la tripulación, ya que el avión había comenzado a caer. Todo se movía, todo se caía sobre nuestras cabezas. Las azafatas estaban sentadas y rezando, supongo. Yo gritaba del miedo. Mi compañero de asiento me decía que me callara, porque él tenía mucho miedo también. El viento allí afuera era mortal. Pero, el Señor llegó a tiempo para salvarnos. Con la ayuda del piloto de la aeronave y de Dios, pudimos seguir viviendo y seguir contando la historia. Fue una experiencia inolvidable...
Otra vez, yo estuve a los pies del mar, en la cola de un huracán moribundo, y las olas me comían las piernas en el intento de tocarlas. Había allí poca gente. Fue entonces, cuando rasguñé con todo mi ser y con mis manos la arena mojada de la playa, para que el mar no me llevara...
Desde entonces, comenzé a tomarle más respeto al viento.
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